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My Articles: Hatto por liebre

La mejor pianista que nunca existió, o como dar Hatto por liebre (1ª parte)

(publicado en Barcéloner - Noviembre 2007)

El plácido mundo de la música clásica; pequeño bastión de seres de refinado criterio estético; de carreras que generalmente evolucionan de manera parsimoniosa y serena o, en el caso de ser meteóricas, esculpidas a base de talento y no mediante asesores de imagen; un mundo sin aspavientos u operaciones de maquillaje, lleno de artistas ajenos a la lógica de mercado que atenaza a la música popular… ¿O quizás no? El fantástico affair Hatto nos demuestra que en todas partes cuecen habas.

Hasta que el escándalo Hatto golpeó al mundo de la música clásica, las mayores controversias que solían rodear a este mundo se reducían a cuchicheos acerca de las pequeñas obsesiones o hábitos excéntricos de los divos de turno. Pero la de Joyce Hatto es sin lugar a dudas una de las historias más sorprendentes del generalmente sedado mundo de los escenarios clásicos.
Joyce Hatto murió en junio del 2006 debido a un cáncer que, en los años setenta, la llevó a abandonar los escenarios y a llevar una vida recluida como profesora privada de piano. Hacia el año 2003, saltó del anonimato a la fama después de que empezaran a circular más de 100 cedés en los que daba cuenta de uno de los repertorios más desbordantes de los cuales hay constancia en la historia del piano. Joyce Hatto se movía con desenvoltura con cualquiera de los grandes nombres de la literatura pianística: Bach, Mozart, Beethoven, Schubert , Chopin, Liszt, Rachmaninov, etc. Por regla general, la mayoría de concertistas se suelen concentrar en un solo compositor o período; ella se atrevía con todos. Y no se trataba exclusivamente de obras individuales. En el caso de Beethoven, Mozart y Prokofiev, sólo para dar un ejemplo, había grabado las sonatas completas. Incluso se había atrevido con una de las piezas al parecer más complicadas del canon pianístico, los estudios sobre Chopin de Godowsky. Y lo aún más extraordinario del asunto es que las grabaciones, hechas por su marido y productor William Barrington-Coupe en su estudio privado en Cambridge, fueron realizadas cuando ella contaba ya con más de setenta años y libraba sus últimas batallas con el cáncer.
La historia tenía todos los ingredientes para convertir a Joyce Hatto en una figura de culto. Y así fue. El rumor corrió como la pólvora en los foros de Internet especializados. Legiones de pianófilos, musicólogos y todo tipo melómanos al uso se vanagloriaban de haber encontrado una mina de diamantes desconocida hasta entonces. Los críticos musicales tardaron poco en apuntarse al “fenómeno Hatto”. Pronto empezaron a correr ríos de tinta alabando las proezas musicales de esta misteriosa dama cuyas manos, a pesar de su avanzada edad y su enfermedad, se deslizaban sobre el teclado con una agilidad y energía inauditas. El periódico The Guardian la llegó a describir como “uno de los más grandes pianistas que Inglaterra ha producido jamás”, cuyo legado es “una discografía que en cantidad, extensión y calidad consistente ha sido igualada por pocos pianistas en la historia”. Tener cedés de Joyce Hatto en la estantería se convirtió en un signo de erudición musical, y el precio de las grabaciones, lanzadas por un sello minoritario y por tanto difíciles de encontrar, se disparó.
En marzo del 2006 empezaron a surgir las primeras muestras de escepticismo. La revista Gramophone, que acababa de publicar un monográfico sobre la artista, recibió numerosas cartas de lectores airados que encontraban la historia demasiado rocambolesca. La gente no se explicaba cómo una anciana que sufría un cáncer y que había vivido apartada de los escenarios durante décadas podía, de la noche a la mañana, producir semejante discografía. Por otra parte, se encontraba la misteriosa ausencia del menor rastro de la orquestra con la que Joyce Hatto había grabado la mayoría de los conciertos de piano, la National-Philarmonic Symphony Orchestra, y de su director, René Köhler.
Sin embargo, en julio del 2006 el prestigioso crítico inglés Jeremy Nicholas salió al auxilio de Joyce Hatto y retó a los escépticos a que aportaran pruebas fehacientes de sus acusaciones. Durante un tiempo, esto logró acallar las crecientes voces disidentes. Pero la tormenta estaba a punto de desatarse.
(Fin de la 1ª parte).

La mejor pianista que nunca existió, o cómo dar Hatto por liebre (2ª parte)

por Uri Sala - 4 Noviembre del 2007

Después de años en la oscuridad, y a una edad en la cual mucha gente disfruta de su jubilación, Joyce Hatto vivió unos momentos de fama fulgurante tras grabar clásico tras clásico de la discografía pianística. La proeza, que requeriría de las carreras conjuntas de 3 pianistas virtuosos “normales”, fue realizada en su pequeño estudio privado de Cambridge mientras Hatto libraba una batalla encarnizada contra el cáncer.

Con setenta y siete años, en junio del 2006, Hatto fue finalmente derrotada por su enfermedad. Durante los días posteriores a su muerte, los diarios y revistas de música clásica parecían competir en cantidad e intensidad de alabanzas para con la fallecida, cuya desaparición tomó tintes de drama patrio. Durante el funeral, Barrington-Coupe destacó la humanidad esencial de su mujer, y añadió que el tratamiento de “tesoro nacional” que su difunta esposa estaba recibiendo contrastaba con su humildad natural y su convicción de que “lo único importante era la música, y no ella”.
Pero, tras la oleada de elogios que suscitan la mayoría de las muertes, los escépticos volvieron al ataque. La revista Gramophone recibía cada vez más cartas, llamadas y correos electrónicos dudando de que la mastodóntica obra pudiese ser el fruto de una única pianista. El alboroto se extendió a los foros de internet, que se convirtieron en el escenario de una pelea de gallos en versión erudita-finolis entre los defensores y los agresores de Hatto. Pero nadie tenía pruebas fehacientes de nada. O quizá sí…
Volvamos un par de años atrás para observar la actividad de un grupo de científicos del Centro para la Historia y Análisis de Grabaciones Musicales (C.H.A.R.M.) de la universidades de Londres. Durante más de un año, los musicólogos Nicholas Cook y Craig Sapp habían estado realizando estudios comparativos de diversas interpretaciones de las mazurcas de Chopin mediante un software capaz de señalar las similitudes y diferencias entre diferentes grabaciones. Cook y Sapp ignoraban cualquier detalle del caso Hatto. Si incluyeron a la pianista en sus consideraciones fue porque había grabado la serie completa de las mazurcas. Un simple análisis digital señaló que las piezas de Hatto eran idénticas a la interpretación de un pianista de Belgrado llamado Eugen Indjic. La conjetura inicial de Cook, que uno de los dos pianistas simplemente no existía, fue refutada tras buscar en Google y confirmar que Indjic había dado algunos conciertos recientes en Polonia. Estaba claro que los investigadores tenían un caso de plagio flagrante delante de sus ojos, pero Cook y Sapp no tenían muchas ganas de entrar en un jaleo legal, así que guardaron silencio y se dedicaron a sus zapatos.
El 12 de febrero del 2006, Brian Ventura, un financiero de Wall Street, introdujo en su ordenador Apple su última adquisición: una grabación que Joyce Hatto había realizado de los “Estudios Trascendentales” de Liszt, que el mismo Barrington-Coupe le había enviado. El programa reproductor de música que Ventura utilizaba, iTunes, obtiene la información de los CDs reproducidos tras conectarse a la base de datos Gracenote, que reconoce de qué disco se trata mediante un análisis de la duración de las diferentes pistas. Según iTunes, el pianista de los estudios no era Hatto sino el húngaro Laszlo Simon. Ventura, confundido, inició una sesión casera de análisis comparativo, escuchando simultáneamente su CD de Hatto y los ejemplos de la versión de Laszlo disponibles en Amazon; estaba casi cien por cien seguro de que se trataba del mismo disco.
Tras debatir con la almohada si debía revelar datos que ponían en entredicho la conmovedora historia de Hatto, Ventura envió un email informando de sus descubrimientos al colaborador de Gramophone Jed Distler. El crítico confirmó la sospecha de Ventura, tras lo cual se dedicó a revisar la discografía de la pianista para ver si el raro suceso se repetía. Y vaya si se repetía. Cuando Distler examinó el segundo y tercer concierto para piano de Rachmaninoff, que Hatto en teoría había grabado con el elusivo René Köhler y su fantasmagórica National Philharmonic-Symphony Orchestra, iTunes los reconoció como versiones pertenecientes al solista Yefim Bronfman y al director Esa-Pekka Salonen. Distler informó de inmediato a la revista Gramophone, así como a sus colegas y al mismo Barrington-Coupe, quien rápidamente replicó que no entendía lo que había podido pasar y se confesaba tan confundido como cualquiera.

(fin de la 2ª parte)

La mejor pianista que nunca existió, o cómo dar Hatto por liebre (y 3)

por Uri Sala - 4 Noviembre del 2007

La corta pero meteórica carrera de Joyce Hatto pasó por diferentes niveles de apreciación: primero, admiración entre incrédula y expectante por parte de algunos pocos entendidos. Poco después, fanatismo incondicional que se extendía como un virus benigno, primero, entre los foros de internet y, después, entre las revistas especializadas, lo que convertía a Hatto en una “nueva” estrella del panorama musical clásico. Pero tras la muerte de la pianista, la oscuridad acechaba.

Después de que los primeros rumores de que algunas grabaciones de Joyce Hatto eran falsas se extendieran, el editor de Gramophone contrató al experto en audio Andrew Rose para que comparara las cintas de Laszlo Simon y Joyce Hatto, y diese así su veredicto. Rose confirmó que eran idénticas.
Un par de días después, la verdad explotó. Gramophone decidió publicar la historia en internet, a la cual añadió las corroboraciones de diferentes expertos en análisis de audio que eliminaban cualquier posibilidad de duda. Poco después, los científicos Cook y Sapp decidieron que quizá era buen momento para dar a conocer sus descubrimientos sobre las mazurcas de Chopin.
Los análisis comparativos de todas las grabaciones de Hatto no se hicieron esperar. En los diez días siguientes, veintitrés nuevas identificaciones habían salido a la luz. Poco después, ya se contaban más de cincuenta. A estas alturas, la única duda posible es la de si alguna de las grabaciones de Hatto era auténtica.
En Usenet, Yahoo Groups y demás foros para aficionados a la música, el oprobio cayó como una losa sobre los defensores iniciales de Hatto. El crítico Bryce Morrison, que en 1992 había achacado a la grabación de los conciertos para piano de Rachmaninoff realizados por Bronfman su falta de definición y el “menoscabo de la emoción eslava típica del idioma de Rachmaninoff”, alabó, quince años después, la “versión” de Hatto como “impresionante… realmente fantástica… con una especial sensibilidad para la melancolía eslava”. Casi todos los críticos musicales que en algún momento exaltaron a Hatto fueron descritos como amateurs, y se les reprochó el hecho de que nunca hubiesen exigido a Hatto que documentase su producción de manera más transparente.
Con la reputación de su mujer desmoronándose por momentos, Barrington-Coupe hizo lo que pudo para aguantar la cara. Su estrategia inicial consistió en la absoluta negación de la evidencia. Durante un buen tiempo, aseguró no entender nada de lo que pasaba y que estaría muy agradecido a aquél que le pudiese dar una explicación lógica al respecto. En una entrevista posterior al Daily Telegraph, certificó que las grabaciones de su mujer eran genuinas, ya que él mismo había estado presente en las grabaciones más importantes. Pero Barrington-Coupe fue relajando progresivamente su caradura. Al poco tiempo, confesó que, a pesar de que la mayoría de las grabaciones era auténticas, era posible que algunas de ellas hubiesen sido “complementadas” por pequeños trozos de otras grabaciones para solventar los problemas técnicos derivados de los gruñidos que su mujer no podía evitar emitir durante los pasajes más exigentes de las obras debido al dolor que le causaba su enfermedad. “Mi mujer no tenía ni idea de esto”, aseguró.
Pero cuánto esfuerzo conllevó llevar adelante semejante tinglado sin que se desmoronara? ¿Y, sobretodo, cuánto sabía Joyce Hatto? Al parecer, mucho. Dadas las circunstancias, apenas resulta plausible que ella no estuviese tan metida en el ajo como su marido. Barrington-Coupe había sudado la gota gorda para dar la impresión de que su pequeña discográfica empleaba a una treintena de personas, cuando todo indica que los únicos empleados eran él y su esposa. La pareja se encargaba de responder la correspondencia y los emails, escribir y enviar programas y críticas de conciertos que Hatto nunca había dado. Pero más allá de la mera destreza técnica de Barrington-Coupe para “producir” semejante colección de grabaciones pirata y hacerlas colar como verdaderas, se encuentra el talento de la pareja para confeccionar una fantástica narrativa, inventando falsas identidades, con toda riqueza de datos biográficos, sobre cualquier personaje susceptible de haber pertenecido al pasado profesional de la pianista con una naturalidad pasmosa, con el objeto de crear a la mejor pianista que nunca existió.

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