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My Articles: El Efecto Mozart

Published in Barcéloner (Oct. 2007)

Comprar la colección completa de las sonatas de Beethoven, hará que mi hijo adolescente cambie los piercings por la Divina Comedia? Sera nuestro bebé un genio si, cada noche antes de acunarlo, lo sometemos a un riguroso régimen formado por los conciertos para piano de Mozart? Crecerá nuestro geranio más rápidamente con Bach como música de fondo? Dan las vacas en Wisconsin más leche si en el establo suena un quinteto de Schubert? Puede escuchar a Brahms curar la epilepsia?

Estas preguntas, en apariencia excéntricas, han sido motivo de muchos mitos urbanos que, en alguna u otra versión, seguramente todos hemos oído en algún momento. Su origen se halla en varias investigaciones científicas que pretenden averiguar los posibles efectos beneficiosos, a nivel cognitivo y fisiológico, que la escucha de la música clásica podría tener en los seres vivos. En el primer experimento en esta dirección, publicado en 1993, un equipo dirigido por Rauscher, una investigadora en el area de la cognición musical de la Universidad de California - Irvine, concluyó que la escucha de Mozart mejoraba temporalmente la inteligencia espacio-motriz de los estudiantes que participaban en una sencilla prueba de habilidad manual.
La burbuja empezo a hincharse cuando, en 1994, uno de los más conocidos musicológos y divulgadores musicales americanos, el columnista del New York Times Alex Ross, escribió que escuchar a Mozart “le hacía a uno más inteligente”. El artículo, quizás escrito de manera algo ligera, no especificaba con suficiente claridad que los efectos del estudio eran a muy corto plazo y afectaban un area muy concreta de la prestación cerebral.

La máquina de hacer dólares empezó a girar con la publicación, en 1997, del libro The Mozart Effect, por Don Campbell. En manos de Campbell, la música de Mozart se convertía en una especie de ungüento universal para el ánima: desarrollaba la inteligencia, la creatividad, la salud, etc. Por supuesto, la explotación comercial de esta piedra filosofal no podía tardar. La secuela El Efecto Mozart para Niños popularizó la idea de hacer escuchar música clásica a los recién nacidos con el objecto de desarrollar su inteligencia. En la actualidad, Campbell es la autoridad mundial en la materia, sobre la cual ya ha escrito 18 libros diferentes. Su página web, www.mozarteffect.com, vende todo tipo de productos musicales que, según él, “mejoran los desórdenes auditivos, la dislexia, el déficit de atención, el autismo”, etc.
Desmontar el mito resulta tan tentador como simple. La primera pregunta que acude a la cabeza es: si la música de Mozart tiene lo efectos sospechados, ¿por qué fue Mozart un maníaco-depresivo de primer orden? ¿Por qué una gran parte de los genios de la música occidental han mostrado desórdenes psicológicos y personalidades conflictivas? Y por qué no son todos los melómanos genios intelectuales?
Desde los primeros estudios, muchas investigaciones han desmentido el mito original. Campbell ha suavizado su discurso, sustituyendo la aseveración de que la música de Mozart directamente aumenta la inteligencia por una consideración mas holística, y por tanto razonable, de la educación artística de las personas, con la cual cualquiera con sentido común estaría de acuerdo. Incluso la directora del estudio inicial, Rauscher, ha reconocido que las consecuencias de su investigación se han sobreorbitado, y que no hay ningún indicio de que podamos crear bebés genio enchufándoles Mozart todo el día.
Hablando de efectos, espero que el de este artículo no sea el de desanimar a la gente a escuchar música clásica, o de cualquier otro tipo. Al contrario. El desarrollo del conocimiento y el gusto musical, o el aprendizaje de un instrumento tradicional, no pueden ser sino experiencias globalmente positivas. Pero ello se debe a factores muy alejados de una supuesta fuerza mística de las vibraciones harmónicas de la musica clásica; la gratificación emocional de la experiencia estética y el conocimiento de la propia tradición cultural, el refuerzo de la disciplina y la concentración que dan el estudio de instrumentos, el placer de las actividades en grupo y las metas comunes que fomenta el tocar en una orquesta, son factores muy diferentes del cacareado efecto Mozart. Los efectos de la música en el intelecto y las emociones son fruto de condicionantes culturales, sociales y estéticos mucho más complejos que una relación directa entre escuchar La Flauta Mágica y dejar de catear.
Ante la duda, por favor exponga a su recién nacido al mayor rango posible de estilos musicales. Y si, eventualmente, su hijo le llega a casa con todo sobresalientes, decida usted mismo si quiere ponerle una vela al busto de Mozart.


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